La verdadera religión debe estar de acuerdo con el primer instinto del hombre, la necesidad de una relación directa con su Creador sin la intervención de intermediarios, y que represente las virtudes y buenas cualidades del hombre.
Debe ser una sola religión, simple y llanamente, comprensible y sin complicaciones, válida para todos los tiempos y lugares.
Debe ser una religión estable para todas las generaciones, para todos los países, y para todo tipo de personas, con diversidad de leyes según las necesidades del hombre en cada época, y no acepta adiciones o disminuciones según los caprichos, como es la caso en las costumbres y tradiciones que se originan en los seres humanos.
Debe contener creencias claras y no necesita de intermediarios. La religión no se toma con sentimientos, sino con pruebas correctas y comprobadas.
Debe cubrir todos los aspectos de la vida y de todo tiempo y lugar, debe ser adecuada tanto para este mundo como para el Más Allá, edificando el alma y sin olvidar el cuerpo.
Debe proteger la vida de las personas, preservar su honor y su dinero, y respetar sus derechos y su mente.
Así, quien no sigue este camino que viene en armonía con su naturaleza, vivirá en un estado de confusión e inestabilidad con una sensación de opresión en el pecho y el alma, además del tormento del Más Allá.